Cuando
éramos niñas, hablo de cincuenta años transcurridos, mínimo; no podíamos dejar
de asistir a misa un domingo, pues en las noches nos asaltaban apocalípticas
pesadillas, y al despertar el lunes sentíamos temor de asistir a clases, pues
lo más seguro era que la hermana (monja) detectara quiénes éramos las
pecadoras, y para descubrirnos desplegaba unas inteligentes maniobras, como por
ejemplo, deslizaba una breve frase contenida en el evangelio correspondiente y
dirigiéndose directamente a uno, le solicitaba un comentario.
Caíamos
porque caíamos; es que en ese tiempo no era permitido tener y leer la Biblia en
los hogares como actualmente se hace, así que ni forma de documentarnos. Sólo
estudiábamos la Historia Sagrada ilustrada con bellísimos grabados. Ahora me
gustaría volver a echarle una ojeada
para ver si recupero una parte de mí esencia que se refundió en el periplo por
esta vida.
Para entender ese ambiente
tendríamos que contratar los servicios de un realizador cinematográfico entrado
en años, y que haya sido católico, apostólico y suramericano. Vamos a
retroceder a ver qué encontramos en la memoria.
Primero que todo, el Catecismo
Astete era obligatorio comprarlo y estudiarlo, pues había clase de religión
cuatro veces por semana, en esos días se estudiaba de lunes a viernes mañana y
tarde, el sábado medio día; y llevábamos un cuaderno que tenía más lecciones y
tareas que el de matemáticas, ilustrado bellamente, así que también éramos
excelentes dibujantes, y añádale que no podía tener borrones notorios y mucho
menos mala ortografía. Una calificación de tres era pésima, así que todas
luchábamos por el cinco aclamado, pues el cuatro nos dejaba tibias.
Además, tenía usted que conocer el
nombre de cada una de las prendas usadas por el sacerdote, incluyendo los
colores asignados a cada día de la semana; los utensilios para oficiar la misa.
Añádale que teníamos que contestar en latín toda la misa, y detectar de qué
humor estaba el cura por el tono de la voz, pues oficiaba de espaldas al
pueblo, para proceder a confesarnos, y si supiera usted, joven de hoy, lo que
nosotras considerábamos pecado seguramente se burlaría.
Teníamos que usar mantilla (velo
en la cabeza) para poder entrar al templo, los brazos cubiertos con manga
larga, falda hasta media pierna, medias tobilleras entre semana y veladas los
domingos y fiestas de guardar. El rosario tenía que colgar del brazo con
discreción y el devocionario cerca al corazón.
Ahora ustedes son demasiado
emancipadas, así que usan para ir a la iglesia minifalda y blusa sin mangas,
sandalias que dejen ver sus hermosos pies rematados por uñas pintadas (esto
para nosotras hubiera significado la ex comunión) y pueden al abrir la boca,
recibir el Cuerpo de Cristo, decir amén y en un santiamén regresan a casa a ser
altaneras con sus padres, a mirar películas atrevidas, a hacer pereza y a
tramar cómo sustraerle el novio o el esposo a alguna otra dama a quien
envidian con furor, a deslizar al oído
de otra perversa contemporánea calumnias injuriosas ya sea por el móvil o vía Internet, hasta que llegue el otro domingo para ir a misa, para no ser
rechazadas por el grupo social al que pertenecen y de donde extraerán un marido
... que convertirán en mártir.
Nosotras honrábamos a padre y
madre, amábamos a Dios por encima de todas las cosas, no jurábamos en vano,
santificábamos las fiestas, no fornicábamos, ni mentíamos, no matábamos ni un
ratón, desechábamos los malos pensamientos, mentir y calumniar era de gente
rastrera, no mirábamos ni de reojo a un hombre casado, y la Virgen María era
nuestra estrella predilecta.
Ustedes, mujeres jóvenes de hoy,
que no padecieron la fatiga de ocho horas de ayuno para poder comulgar, que no
tienen que rezar el rosario todos los días, que no tienen que ayudar en los
oficios de la casa; no sienten ¡jamás! que están pecando; y se atreven a decir que están aburridas y que no son
felices, cuando disponen de una libertad ilimitada para ser que lo que sueñen
realmente, no lo que les toque, y lo más doloroso, no reconocen que todos estos
milagros fueron logrados por estas mujeres de la antigüedad que ahora miran con desprecio porque somos espirituales, y porque estamos por encima del
materialismo absoluto.
@yastao