LAS MUJERES SEGÚN MIGUEL DE CERVANTES
Por Silvia Betancourt Alliegro
Don Quijote ama por amar, cabalga por cabalgar, sueña
por soñar…
Como todos ustedes caballeros de antaño.
En una clase pasada hablamos de que la creación se
hizo por el verbo: “Hágase la luz y la luz fue hecha”, entonces, lo que
transforma el nombre, transforma la realidad.
Cuando Don Quijote comienza sus andanzas era verano, y
los primeros seres humanos con quienes tropieza son dos mujeres mozas, “de
éstas que llaman del partido”, es decir, dos putas; en contradicción con el
primer motivo de sus andanzas: Dulcinea, la dama recién entronizada como su
ideal femenino por lo cual se convertirá en
Paladín (defensor) del amor.
La realidad le muestra dos rameras, contraste entre su
ideal y la realidad: dos mujeres que viven de los favores de su cuerpo. El
juego de simetrías (equilibrio) de El
Quijote comienza con el enfrentamiento entre la más alta ilusión y la más baja
y prosaica (trivial) realidad. Ellas le ayudan a quitarse la armadura, y él les
agradece con una hermosa alocución, que ya leímos, pero que repetiremos, porque
es una especie de himno nacional del alma de casi todos los románticos hombres
que habitaron, habitan y habitarán el planeta tierra (ojalá nos tropecemos con
alguno):
“Nunca fue caballero
de damas tan bien servido...”
Aquí Cervantes copia casi textualmente las hazañas de
Lanzarote del Lago, en la saga de Arturo, ya sabemos que Miguel de Cervantes
recoge lo mejor de la literatura conocida en su tiempo y la salva de la hoguera
(siempre habrán libros condenados). Lanzarote fue uno de los caballeros de la Tabla Redonda que se
enamora de la esposa del Rey Arturo. Todo está en el nombre, ya lo dijimos y
Lanzarote se parece mucho a Don Quijote, a esto se le llama eufonía (consonancia, melodía, música).
No podemos olvidar que la misión del Quijote es de
índole literaria, que su locura tiene su origen en la vasta bibliografía
caballeresca que devoró y afectó su razón. Todo lo que sobrevive y es
transferido a las otras generaciones es literatura: poesía, novela, cuento,
ensayo, ciencias, profecías, utopías y canciones (súmele todo lo que se me
olvida en el momento).
El reconocimiento de que lo femenino promueve y
trastoca todo en la vida de ustedes, caballeros cautivos por el amor, está en
un capítulo que estudiaremos, así se mueran de la pereza, pero algo les quedará
en la mente, para cuando tengan que enfrentarse a una fiera.
La historia donde pone de presente al género femenino,
es en el episodio en el que habla de Marcela, una mujer fatal y letrada
(extraño para su época, a menos que fuera una dama de alta alcurnia) por cuyos
desaires mueren sus admiradores, pues
bien, uno de los amigos del Quijote le lee la elegía (que es una especie de
lamento, una canción desesperada, que esgrimen los hombres para justificar
algunas borracheras o atrocidades):
“Ese es el cuerpo de Crisóstomo, que fue único en el
ingenio, solo en la cortesía, extremo en la gentileza, fénix (inmortal) en la
amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y,
finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que
fue ser desdichado”.
“Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado;
rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la
soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojo de la
muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a
quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes…”.
¿Y qué responde a todo esto Marcela? Sus argumentos
son antológicos (es una selección). No sólo se libera lúcidamente de los
juicios que contra ella emiten los amigos del difunto, sino que expone el
albedrío de la mujer honesta, que no cede a los asedios que los hombres hacen
por su hermosura. A ella no le interesa ningún hombre, y al no hacer caso de
sus cuitas, no le hace deliberadamente daño a nadie.
Difícilmente se puede encontrar en la literatura de
esa época, salvo en Shakespeare (nuestro otro magnífico amigo) un discurso tan
certero y convincente y que se anticipe al verdadero papel de la mujer en esta
feria de las vanidades que los hombres viven en nombre del amor.
Dice así Marcela:
“Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de
tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi
hermosura, y por el amor que me mostráis, decís, y aún queréis que esté yo obligada a amaros.
“Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me
ha dado, que todo lo hermoso es amable; más no alcanzo que, por razón de ser
amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama.
“Y más, que podría acontecer que el amador de lo
hermoso fuere feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal decir:
‘Quiérote por hermosa: hazme de amar aunque sea feo.
“Pero, puesto caso, que corran igualmente las
hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos; que no todas las
hermosuras enamoran: que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que
si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar en voluntades
confusas y descaminadas, sin saber en cuál había de parar; porque siendo
infinitos los sujetos hermosos, infinitos habrían de ser los deseos.
“Y según yo he oído decir, el verdadero amor no se
divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que
los es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de
que decís que me queréis bien?
“Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me
hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amaseis?
Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí
la hermosura que tengo: que tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo
pedirla ni escogerla.
“Y así como la víbora no merece ser culpada por la
ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado la naturaleza,
tampoco yo merezco ser reprendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer
honesta es como el fuego apartado, o como la espada aguda, que ni él quema, ni
ella corta a quien a ellos se acerca.
“…Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio
las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni
aborrezco a nadie; no engaño a éste, ni solicito a aquel; ni burlo con uno, ni
me entretengo con el otro…”.
La libertad es pues, el más alto patrimonio de
Marcela, y así lo comprende Don Quijote al salir en defensa de la pastora
cuando todos hacen amago de seguirla, le otorga a la mujer un realismo
profundo, la interpretación de su fuero (dominio) como mujer, el valor de su
propia dignidad, la poca o nula importancia que le concede a la belleza física
–tan accidental como comprometedora- le dan al discurso de Marcela un acento
pionero y valiente, anticipándose a la modernidad.
El repertorio de argumentos sobre el amor real y el
ideal que encontramos en el Quijote nos hace constatar que se anticipó al
psicoanálisis, lo mismo que logró Shakespeare.
Menos mal que inventa a Sancho, es decir, a la realidad.