sábado, 21 de junio de 2014

                   ESPOSO, AMIGO, MI AMOR,MI PADRE

Hay días en que tu ausencia física atormenta mi placidez buscada y hallada en la lejanía de todo lo que fuiste, de todo lo que fuimos.
La música es el puente que uso para sentir que estás cerca cercando mis ímpetus de vivir de nuevo ¡Sin ti!
Hasta que volvamos a encontrarnos en la luz, no cejaré en mi empeño de retomar un rumbo encarnado que me proporcione pequeñas y grandiosas emociones, como cuando acaricio la palmera que acompaña mis soledades interiores; la luminosidad de mi hábitat en el que no estás, el sondo del agua que me apacigua desde la quebrada Ana Díaz que no cesa de emitir sonido de vida mineral y vegetal.
Este espacio- tiempo sin tu compañía me ha forzado con delicada dulzura a aceptar que  no cocinaré nunca más para ti, ni lavaré tus ropas cantando, ni escucharé tus pasos de camino al taller, ni recortaré tus cabellos contra tu voluntad. Ya eres libre como el viento.
Y yo insisto en mencionarte en las Redes, como si aún pudieras leer lo que escribo detrás de mi silla, y en ocasiones siento tu presencia mutada en brisa, en sol, mi sol.
Camino a toda prisa, con fuerza, observando todo, puesto que percibo que tú, a través de mis sentidos, vives las experiencias y flotas en este planeta en el que coincidimos en esta encarnación, y la música nos acompaña y acompasa nuestras almas con Chopin y sus Nocturnos http://youtu.be/V60USaluxGA



sábado, 14 de junio de 2014

EL OCASO DEL ARQUERO


EL OCASO DEL ARQUERO (In Memoriam de mi esposo)
2° aniversario)



Si él no hubiera sido arquero, tenga la seguridad de que jamás hubiera conocido a Silvia  Ciudadana,  quien aún no había aprendido a sustraerse a la realidad que limita, pisotea, que escamotea ideales. Para entonces ella vivía en un edificio con cancha de fútbol y desde el balcón del piso 12 donde estaba ubicado su apartamento, tenía una tribuna que ya hubiera querido el médico Ochoa.

Allí se libraban los más fieros combates entre hombres con perfecto capital esquelético; se cambiaban frente al público, así que Silvia  Ciudadana aprendió cómo se ponían los suspensorios –era lo primero-, después la pantaloneta, y a continuación mínimo tres pares de medias; los guayos eran los penúltimos y por el ceremonial para chantárselos podía adivinar cuánto esfuerzo monetario le habían costado a cada uno de los gladiadores, por su aspecto podía pronosticar si habían sido debidamente trajinados, y por tanto, tenían un valor agregado que jamás poseería el balón, porque se juega con uno cualquiera, pero jugar bien, lo que se dice bien, sólo se logra con unos guayos que se hayan adaptado a cada callo de cada pie, a cada centímetro de la piel que los forra. Para el final quedaba siempre el ritual de la camiseta, esa prenda que es confeccionada con predeterminados colores que la hacen bandera, y que ondea en el campo a mínimo cincuenta kilómetros por hora, por ella hasta han asesinado a seguidores de un equipo; y sé que muchos hombres ya abuelos conservan varias (y las guardan con el sudor del último esfuerzo, como los guerreros hacen con sus trofeos).

Una mañana de domingo, el único de la semana en que podía levantarse tarde, a Silvia  Ciudadana la  despertó una gritería aderezada con aplausos, se asomó a la tribuna y vio que muchos hombres y pocas mujeres estaban situados a los costados del arco que cuidaba un ser que casi no se veía estando de lado; tenía puesta una cinta en la frente y unas mechas de pelo castaño le colgaban por todos lados, en su atuendo usaba  los colores de que disponen los papagayos, y estaba estático como una araña esperando en su tela; Silvia  Ciudadana abarcó con la mirada el área de las dieciocho y supo que se disponía a tapar un penalti ¡lo tapó! a tal velocidad y a tal altura que esa secuencia captada en su totalidad llegó a formar parte de su acervo de asombro.

El hombre-arquero, era casi un adolescente, no era caleño, por tanto no sabía bailar salsa, no conocía las proclamas de Rubén Blades que sudaban a toda velocidad  los nativos de la ‘Sucursal del Cielo’, no sabía lo que significaba comer sartas de pandebono y café con leche al desayuno, ni por qué se vendían chontaduros por todas las calles y plazas.

Se volvió célebre el arquero aquel, en el edificio, y en casi todas las canchas donde jugaban fútbol los más tesos, le pusieron un remoquete de otro famoso, pero argentino: Gatti, y muchos muchachos del norte de Cali (que eran el terror de todos los oncenos de la ciudad, por su calidad)  lo querían en su equipo; renombrados fueron  Areiza, Álvaro Muñoz Castro, Tocayo Ceballos, Armando Manrique, Juan Betancourt, Pepe Bolaños,  Héctor Fabio Ceballos, El ‘Mono’ Laureano, el ‘Muñeco’ Montes.

Un día se apareció Gatti por la fábrica de transformadores de don Luis Enrique Cruz, donde trabajaba Silvia  Ciudadana, la mujer de la tribuna, joven y con algunos atributos que saltaban a la vista, él quería que don Enrique, Bonifacio para sus amigos, le colaborara para arreglar las canchas, así que mientras miraba uno que otro tubo de hierro, le echaba ojeadas a Silvia Ciudadana, que mostraba todo el esplendor de su juventud metida en una oficina a mirada abierta: muchas ventanas de vidrio. Desde ese día se dedicó Gatti a cortejarla, pero ella tenía otras perspectivas y algunas obligaciones, por tanto, pasaron años antes de que el acaso los reuniera.

Y cuando eso sucedió, transcurridas unas semanas, Silvia  Ciudadana se dio cuenta de lo imprudente que es pasar a ser parte pasiva de la rutina de un jugador de balompié…se convirtió en una de las miles de viudas del fútbol -y para hacer más llevadera su existencia le acompañaba algunos fines de semana a los partidos-, se aprendió todos los reglamentos, le hacía barra, captaba los errores del equipo, recibió balonazos en el rostro, aguantó hambre, frío, zancudos, junto a otras mujeres en las mismas circunstancias, le llevó agua, paletas, le lavó los uniformes; pero jamás logró que la contemplara con el fervor con que observaba los partidos; o que la oyera con el oído despierto y el ánimo exaltado con que escuchaba a los narradores deportivos o a sus compañeros de oficina o de juego –que lo mismo son, pues un futbolista jamás será un ejecutivo a ultranza-.

Han transcurrido extensos años, y en ellos fueron quedando retazos físicos y mentales de los personajes; Gatti jamás logró ser el más grande arquero del mundo, como se sentía predestinado (sus ojos lo declararon fuera de lugar), pero siguió tapando, con lentes de contacto, cada fin de semana durante treinta años consecutivos, porque su esqueleto y su temple jamás perdieron estatura.

Silvia  Ciudadana, exiliada de sus costumbres,  sus errores,  amigos, familia; de su ciudad de brisa y sol, movimiento, ritmo y sabor; se refugió en la maternidad, en la literatura y en la cocina. 

Ahora los dos son como un terreno de fútbol en invierno: no se usa para que no se deteriore, especialmente (dice el arquero) en el área de las 5.50;  no se riega porque no hay necesidad,  nadie lo mira porque no lo puede usar, de vez en cuando se le quitan los rastrojos para que no se afiancen; la juventud está ausente con sus gritos y giros impredecibles; y ellos solos, los hijos ya no están, cada uno hace lo que quiere: Gatti habla todo el día en la radio, en la universidad, en los foros; mira por la televisión por cable a los mejores jugadores del mundo, lo extraño es que a veces se queda dormido.

Silvia  Ciudadana le cocina en silencio, limpia en silencio, recapacita y escribe en silencio para cualquiera de los que apenas empiezan a jugar el primer tiempo de su vida, y deja un legado: “…no cuelguen los guayos jamás, porque a la vida hay que domarla, cabalgarla, driblarla, manejarla por la izquierda, por la derecha, hay que ubicar a los compañeros de equipo, y a los contrarios;  y existe sólo una meta: al arco contrario hay que hacerle goles, porque la satisfacción es para los que persisten en el juego de la vida, pero limpio, señores, como dice la canción ‘Cuatro Puertas: “Juega con tus cartas limpias en el juego de la vida, que al morir nada te llevas, vive y deja que otros vivan….”.

En la última página de su último libro, Silvia  Ciudadana consigna: “Pero mientras tanto (la parca espera) usted, hombre en el segundo tiempo de la vida, asista a los estadios cada domingo, o vea los partidos por televisión, lea las páginas deportivas y haga apuestas con los ‘muchachos’ con más de medio siglo de existencia, tal como ahora hace Gatti en el ocaso exquisito de su vida; pero sobre todo, gánese una compañera que posea uno de éstos dos requisitos: o que sea muy inteligente, o lo suficientemente bruta”.

FINAL, FINAL (por ahora) El arquero murió, por el sistema de salud instaurado en Colombia, https://es.answers.yahoo.com/question/index?qid=20080808150543AAIzq5S (Álvaro Uribe Vélez y sus secuaces fueron los proponentes) y por negligencia de la Nueva EPS, es otra historia que me falta por narrar, cuando el terrible dolor por su ausencia definitiva se mitigue.
@yastao

domingo, 8 de junio de 2014

MOTIVOS DE GUERRA

Motivos de Guerra

La beligerancia es una lucha por objetivos ilimitados entre combatientes incapaces de destruirse unos a otros, por una causa material para luchar y que no se encuentran divididos por diferencias ideológicas claras, la riña entre el gobierno y la guerrilla jamás se sofocará, se necesitan para seguir haciendo negocios cada uno por su lado, pero eso sí, sin rozar los límites geográficos, puesto que los ideológicos fueron pretexto de antaño.
El histerismo bélico es continuo y universal; y las violaciones, los saqueos, la matanza de niños, las violaciones sexuales, la esclavización de poblaciones enteras, las represalias contra los prisioneros, hasta el punto de quemarlos y enterrarlos vivos, se consideran normales, y cuando las atrocidades no las comete el enemigo sino el bando propio, se estima meritorio. Para comprender la naturaleza de esta guerra perpetua en Colombia, hay que tener en cuenta que siempre es la misma, por tanto, no puede ser decisiva.
Los territorios disputados contienen valiosos minerales; y algunos producen ciertas cosas, como petróleo, bananos, carbón, oro, esmeralda, café, etcétera; mano de obra barata. Y además de resistentes, los pobladores son reducidos (más o menos abiertamente) a la condición de esclavos: Pasan de un colonialista a otro; las poblaciones esclavizadas permiten, con su trabajo, que se acelere el ritmo de la guerra.
Colombia hoy está hambrienta y llena de desolación, somos más primitivos que hace cincuenta años, pero ricos, a pesar de los saqueos de la calaña política, que se pelea para acceder al botín.
Algunos países han progresado ligados a la guerra, produciendo para ella, nosotros, desde el Tercer Mundo, los conocemos como el Primer Mundo. Su principal propósito es mantener en marcha las ruedas del mundo de la industria, sin aumentar la riqueza real. Los bienes pueden ser producidos, pero no distribuidos, y la única manera de lograrlo está en la guerra continua.
El acto esencial de la guerra es la destrucción, no forzosamente de vidas humanas, sino de los productos del trabajo.
La guerra es una manera de pulverizar o de hundir en el fondo del mar los materiales que en la paz constante podrían emplearse para que las masas gozaran de comodidad, es posible que con ello se impida que se hagan demasiado inteligentes.
Aunque las armas fueran indestructibles, su fabricación es el método de gastar trabajo sin producir algo para mitigar el hambre. El esfuerzo de guerra se planea para consumir todo lo que sobre, después de haber cubierto unas mínimas necesidades de la población; y este mínimo se calcula siempre en mucho menos de lo necesario, de manera que haya una escasez crónica de casi todos los artículos necesarios para la vida. Es una táctica deliberada mantener, incluso a los grupos favorecidos, al borde de la escasez, porque ello aumenta la importancia de los pequeños privilegios y hace que la diferencia entre un grupo y otro resulte más evidente, aumentando las dosis colectivas de odio.
Así, fomentando a diario la idea de que se está en guerra, y por tanto en peligro, hace que la entrega de todo el poder a una reducida casta parezca la condición natural para sobrevivir.
La guerra realiza la promiscuidad y logra que todos la aceptemos psicológicamente, generando  la fase emotiva para esta sociedad jerarquizada, pues lo que interesa no es la moral de las masas, sino la moral del Partido o de la Transnacional.
Se logra así que cada miembro del Partido o de la Empresa, sea competente, laborioso (e incluso inteligente)  dentro de reducidos límites, claro está, pero  siempre es preciso que sea un fanático crédulo, en el que se incube y prevalezca el miedo, el odio, la adulación, y una sensación casi orgásmica de triunfo, que es el culmen de la mentalidad típica de la guerra.
@yastao



sábado, 7 de junio de 2014

EL SUEÑO DE LAS ESCALINATAS de Jorge Zalamea (Fragmento) ¡El Nuestro!

Hoy, 21/03/2015 Día Internacional de la poesía, honro la memoria de
Jorge Zalamea, el más grande poeta colombiano, orgullo tuyo, mío ¡El nuestro!

Sus ideas, sus torrentes de consignas vertidas en poesía para la eternidad, han sido 'tomadas' y usadas por algunos escritores colombianos universales: Gabriel García Márquez, William Ospina, Fernando Vallejo ¡Ninguno lo cita como fuente! Lo mismo hicieron y hacen los políticos que ahora nos tienen sitiado el libre albedrío poniéndonos a elegir al 'Tin-Marín' porque sus 'ideales' son los mismos.

"Que cada palabra mía fuese ahora como piedra de cien filos: llave inmisericorde que abra y destroce todo corazón. O como dentellada de lobo que tiene prisa por llegar a las vísceras palpitantes de su presa. Pues mi propia pobre entraña está llagada y desnuda viendo llegar a las escalinatas la delegación de mi pueblo: mis hermanos, mi más inmediata semejanza.

Helos ahí, entre taciturnos y atónitos; doblegados bajo la lluvia de su propia sangre y con el guijarro de un “¿por qué?” en la garganta.

Entenados de una despótica familia de próceres; libertos de una vanidosa casta feudal; hijos putativos de las cadenas; ahijados de sus propios explotadores; pupilos de los grandes empresarios; mesnada de los advertidos filántropos del paternalismo; catecúmenos de la iglesia cesárea; hombres de leva bajo las banderas de la demagogia; hombres de presa bajo los uniformes del poder; hombres de pena bajo los grandes cuadros estadísticos que registran la proliferación cancerosa de los valores bursátiles. 

La resaca de remotas perversiones llegó e hinchió, como ponzoñosa esponja, el corazón de toda aquella casta codiciosa y paternalista. La cruz gamada volteó en el espacio y siendo ya signo de infamia en los países liberados, se trocó en ídolo devorador en la tierra colombiana, mi dulce y tremenda tierra. Para enrodar a los humildes y corroborar a los poderosos.

La concupiscencia del poder, primero; la codicia luego, engendraron la crueldad y abonaron el crimen. Una y otro abortaron ese feto: el terror. Burundún-Burundá enseñoreado de siervos y patronos.

A espaldas del tartamudo locuaz, del vaquero venido a más cuando se consagró matarife, del sordo a lo que no fuera reteñir de monedas y de la bestia militar que tuvo tantas estrellas como pezuñas —a espaldas del multifacético Burundún—, los especuladores del platino, del petróleo, del café, del hierro, del uranio y del mismo cielo azul hicieron de la sangrienta titeretada su agosto, ofreciendo como diversión a la agonía de un pueblo la alharaca de los engreídos cubileteros de la libertad condicionada y de la democracia de papel.

Pero ya están aquí las víctimas, con nosotros, sobre las escalinatas. Y tienen voz y voto y veto en nuestro pleito.

¡Crece, crece la audiencia!"