Pasados los cincuenta años de vida orgánica no hay mucha diferencia
entre el rostro de una vieja y un viejo, son lo que son, y si
somos escritores, pues con mayor razón, porque las ideas, los pensamientos, los
sueños, carecen de identidad de género, el espíritu es tuyo, mío, nuestro, esté
donde esté.
Algún día, cuando recorra estas páginas, lo más probable es que las
destruya, o a lo mejor las corrija y las guarde para que alguien, alguna vez,
se informe de lo que puede escribir una voluntad que se aferra al lápiz,
mientras las almas que flotan en su entorno están vagando frente al televisor,
fabricado por millares de millones, para alejarnos del análisis, del
sentimiento creador. Es el catálogo del mundo en que habitamos, nada es
tangible, todo es reversible, la sangre no espanta, y la carne y el sexo se ven
como formas de vidas ideales, sin malos olores.
Me llama otra alma solitaria, quiere que le revise un nuevo cuento, y
yo feliz, me pagan para que me zambulla en sus almas, me gusta tanto como
cuando escuchaba a escondidas la música que disfrutaban mis mayores. Es
maravilloso poder habitar en los sueños y requerimientos de los demás, eso de
ser corrector de otros escritores es maravilloso, yo te corrijo ¿Sabes quien
soy?
Ellos llevan dos horas frente al televisor y he escrito en ese lapso ocho páginas dictadas
por el espíritu, dime, ¿Será que ellos son más felices? No lo creo, porque
cuando dentro de otras dos horas se
acuesten con los ojos enrojecidos y el alma taciturna de tanta irrealidad, yo
seguiré habitando dentro de mí, porque en los sueños también
escribo, vivo unas visiones casi perfectas obras de arte; me gustaría poder
narrarlas, pero no, es imposible, soy habitante de ellos por cortos intervalos
brillantes, vibrantes, inenarrables, concisos, maravillosos; son míos, de nadie
más.
Tampoco los entenderían, así que mejor ni hago el esfuerzo para
recrearlos, ellos son mi refugio, me los merezco, son como una especie de sexta
dimensión, es como si me trasladara a un lugar en el que los dolores dejan de
existir, donde me habito sin permiso de nadie, sin requerimientos de tiempo ni
de espacio para otros, soy espectadora, protagonista, parte de un elenco que
ignora que estoy con ellos; por tanto, nadie finge, son perfectos, pletóricos.
No mienten en sus maneras, en su vestuario, en sus risas, en sus parlamentos,
son fantásticos, son míos. Como los compañeritos de juego imaginarios de la
niñez, nada hacen para fastidiarme porque están hechos a la medida de mis
necesidades ambientales y mentales.
Hoy escribí, qué bueno, me erguí sobre el dolor,
y dejé que mi espíritu se vaciara de su realidad, siempre acompasada con los
sonidos que se inventan para las propagandas de la televisión, ellos están en
otra dimensión, desconocida para mí, como para ellos la mía es absurda.
Así que al fin constato que existen varias dimensiones, y que los
habitantes de una casa viven en
diferentes escalas de espacio – tiempo. Así, comprendido, asumiré su dimensión
televisiva.
Habitaré todo el tiempo en la mía,
y no penetraré en la suya, que tampoco ellos intenten traspasar mi dintel, de todas maneras no les
interesará. Estarán muy ocupados manejando las medidas especificadas en la
física, en la ciencia de lo tangible, ni siquiera saben que serán trasladados
donde quiera que decida el matemático o el cibernético que les manipula la
esencia, allá ellos, yo aquí, en la sencilla magnitud del pensamiento, seré
luz, quiero eso: abandonar el cuerpo físico, pero sin dejar de
leer, pensar y escribir.
Cuando no pueda porque me estará vedado, aprenderé a percibir los
pensamientos de todo ser que transite cerca, no estaré bloqueada por la desaparición
del cuerpo este que ahora me estorba con inmensos dolores animales. Lo extraño
es que esos sufrimientos vivifican, antiguamente era corriente que usaran
cilicios, para erigir el espíritu por
encima de la materia (descubrí el agua tibia).
@yastao
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