miércoles, 21 de agosto de 2013

LA MÁSCARA DE LA ECONOMÍA (Ensayo)

 LA MÁSCARA DE LA ECONOMÍA (Ensayo)

Por Silvia Betancourt Alliegro




              Las instituciones políticas contemporáneas tienen como propósito alejar a los ciudadanos de los asuntos públicos, y persuadirlos de que son incapaces de ocuparse de ellos.
                Los regímenes que se dicen democráticos son en realidad lo que cualquier filósofo político denominaría ‘regímenes de oligarquía’, en los que una mínima capa de la sociedad domina y gobierna, elegida, y casi siempre ratificada en el siguiente periodo que va de  cada cuatro o siete años. En los casos en que la corrupción es evidente, se reemplaza por otra familia de la misma oligarquía. De esto proviene que entre los movimientos de izquierda o de derecha no existan oposiciones reales, sólo son una mascarada para subyugar al electorado que los conserva en sus posiciones privilegiadas.
                Con el discurso de que los ciudadanos son libres y autónomos, les someten a todos los procesos sociales y económicos, así sean poco convenientes para satisfacer sus necesidades materiales, promulgando leyes que les confieran pasaporte para su infamia, para perpetuarse en el poder. Al pueblo lo engañan sus ‘representantes’ ante el gobierno, elegidos por él una y otra vez.
               
                Es claro que los movimientos sociales actuales proceden de mucho tiempo atrás, no aparecieron de la noche a la mañana, fueron resultados de procesos revolucionarios, encabezados por la Revolución francesa, que fue la primera que planteó con claridad la idea de una institución que representara a todos los individuos. Le precedieron otras, que no fueron revoluciones sino motines, revueltas de esclavos, guerras campesinas, todo muy esporádico, sin el piso y la pugna de la sociedad misma.
                La revolución inglesa y la de América del norte; fueron sustentadas, no sobre la voluntad de los hombres, sino adheridas a lo religioso. Los ‘Padres’ de hoy recibieron de ese pasado un estado social que aún les maneja el pensamiento y la economía, y están tan amarrados, que lo consideran apropiado y se nota que no piensan cambiarle nada.
                Claro que los países anteriormente citados, no descubrieron que “toda institución inventada por la sociedad es auto- institución”, fueron los antiguos griegos. Esto es claro. Desde (508-506) con la revolución de Clístenes, que se caracterizó por un radicalismo audaz con respecto a la articulación sociopolítica heredada.
En el caso de los países actuales bajo el régimen democrático, acontece (aún)  tal como en Grecia por esos remotos años, que nunca se cuestiona verdaderamente la propiedad, como tampoco el estatuto de las mujeres, para no hablar de la esclavitud contemporánea que es un negocio lucrativo y perverso.
La democracia antigua (y la de hoy) aspira a realizar, y realiza, el autogobierno efectivo de la comunidad de varones adultos libres (ahora las mujeres también participan); mas el sistema impide cambiar  las estructuras económicas y sociales recibidas.
Lo que Marx llamó la base socioeconómica de la democracia antigua, la comunidad de pequeños productores independientes, resulta ser el punto de partida para la realidad capitalista de la América del Norte, en la época de Jefferson, y le sirvió de poyo a su visión política.

La cuestión social es una cuestión política que debería irradiar hacia una sana economía para todos los ciudadanos; Aristóteles hace la pregunta ¿la democracia es compatible con la coexistencia de una extrema riqueza y de una extrema pobreza? Traduzcamos a  términos modernos: ¿el poder económico no es, ipso facto, también poder político?

La ‘revolución’ americana no abolió los privilegios de la nobleza, pues los que comandan los cargos públicos de altura y decisivos para la toma de decisiones en lo económico son sus descendientes; la función de la Iglesia en la sociedad con sus propiedades sobre los bienes y las mentes de los fieles prevaleció hasta que los concordatos fueron abolidos de algunas Constituciones Políticas. Quedan rezagos de los estragos mentales que ejecutó.
Entonces, la revolución americana no puede tomarse como ejemplo a seguir, pues todo el aparato de los Estados fue edificado sobre la base de la “igualdad” en el estado social de derecho, que es sólo una ilusión colectiva.

Las discusiones en torno a las consecuencias de la revolución francesa para las sociedades modernas se pueden compendiar en una palabra, la Razón; que reconoce la libertad, la autonomía. El filósofo y psicoanalista griego, Cornelius Castoriadis (1922- 1997) a quien también se le conoce en otros términos: economista, politólogo y enciclopedista en su espíritu,  aseguró que “En primer término, no se trata de fundar la libertad en la Razón, porque la Razón misma presupone la libertad, la autonomía. La razón no es un dispositivo mecánico o un sistema de verdades acabadas; es el movimiento de un pensamiento que no admite otra autoridad que su propia actividad. Para acceder a la Razón, primero hay que querer pensar libremente”.
Cornelius Castoriadis refuta a Burke y le tilda de inconsistente cuando asegura que se siente obligado a fundar en la razón el valor de la tradición.  Cornelius aseguró: “Esto es una traición a la tradición: una verdadera tradición no se discute”. Además, Burke cae en la ambigüedad, porque sostiene “que lo que es, es  a la vez porque ha sido,  y porque es “bueno” interiormente. Pero luego, después de haber sido destruido, hay que construir”. Entonces Cornelius pregunta: ¿A partir de qué?
Y continúa: “Es aquí cuando la racionalidad del entendimiento, racionalidad mecánica, saca ventaja. Las soluciones que a todos parecen “racionales” deberán ser impuestas a todos: se les forzará a ser racionales. El principio de toda soberanía reside en la Nación, pero esta Nación es reemplazada por la Razón de sus “representantes”, en nombre de la cual –la Nación- será atropellada, forzada, violada, mutilada”.

La historia moderna está configurada sobre el imaginario de la racionalidad absoluta y mecánica, y como el poder se vuelve absoluto, las ‘representaciones’ se hacen autónomas, se consolida un “aparato” burocrático que controla y multiplica las peticiones oficiales. Entonces, se suprime toda mediación viviente: está de un lado la entidad abstracta de la “Nación”, del otro los que la “representan” en cualquier lugar, y bajo cualquier circunstancia. La “Nación” no tiene más existencia política que la de sus “representantes” y sus ambiciones personales.

La historia está plagada de “revoluciones” que han sido golpes de cuartel para apoderarse del Estado y transformarlo de acuerdo a las ambiciones de los golpistas, no del colectivo de la Nación; y por ese concepto de Estado- Nación, que es un imaginario de la colectividad, se manipulan las instituciones para que respondan ante el pueblo sediento de revoluciones que jamás estarán a su favor.

Según el filósofo Castoriadis, “se impone una fusión, una unión química entre la Revolución y la historia. Las antiguas trascendencias son reemplazadas por la Historia con mayúscula. El mito de la Historia y de  las Leyes, el mito de la revolución como partera de la historia, se ponen a funcionar como como sustitutos religiosos, en una mentalidad milenarista”.
Se cambia la Idea Revolucionaria por la lógica del Estado, se construye una maquinaria humana para apoderarse del Estado con todo el predominio del ideario capitalista: todo acontece una vez y otra, como si no se supiera organizar de otro modo. Y lo que es más extraño, es que ese ideario fue gestado por Lenin desde la revolución comunista, le entregó al capitalismo las herramientas precisas para fabricar el monstruo, que es mezcla de partido- ejército, de partido- Estado, y de partido- fábrica. Lenin habla y actúa en torno a una división rigurosa de las tareas, con argumentos de pura eficacia instrumental. Las revoluciones logradas con el sacrificio de miles de vidas populares, se convierten tarde o temprano, en manos de una casta política, en un nuevo aparato represor, tal vez más sólido que el anterior abolido. La revolución duplica el totalitarismo que manipula con eslóganes las débiles mentalidades colectivas. Las legalidades establecidas anteriormente, son reemplazadas por otras, quizás más represivas.

Ahora, para hablar de negocios tendremos que entender qué es el totalitarismo. Si bien algunos movimientos totalitarios se han logrado por las revoluciones armadas o pacíficas, algo le es común: exigen la expansión ilimitada del “dominio racional”, organización capitalista de la producción de la fábrica: disciplina mecánicamente lograda.

El proceso de privatización está en marcha en casi todo el planeta, los propietarios de industrias son los monarcas de este instante histórico; los trabajadores siguen siendo los siervos de la gleba, que sobreviven con salarios mínimos, sin prestaciones sociales en muchos casos, pues los contratos de trabajo son a término definido, a veces sólo por dos meses.
                Los Estados ya no responden por los derechos de los ciudadanos, están vendiendo todas sus fuentes de trabajo a consorcios extranjeros, o sociedades anónimas nacionales.
Prácticamente ya no son propietarios de sus territorios, porque hay que imaginar una Nación que no es dueña de sus puertos aéreos, fluviales ni marítimos; tampoco de sus ferrocarriles, ni de los servicios públicos,, ni de sus alimentos; tampoco responde por la salud de sus ciudadanos pues los hospitales son privados. En el caso de poseer yacimientos de petróleo, oro, carbón, cobre, gas natural, entre otros, los da en concesión a capitalistas que nada tienen que ver con el entorno natural y en su conservación , y muchos menos colaborarán en el crecimiento económico de las poblaciones cercanas a los yacimientos.

El estilo de la dominación y de la autoridad ha cambiado, el fenómeno de la privatización no puede ser tomado a la ligera. El tipo de ciudadano antropológicamente equipado para vivir en un territorio es desplazado de sus dominios naturales por las industrias que contaminan muchas hectáreas a la redonda. Es reemplazado lentamente por otro tipo de individuo que centra su existencia en el placer y en disfrute a costa de lo que sea, apático ante los asuntos de la comunidad, cínico en su relación con la política, aprobador de cualquier cambio sin estudiar sus implicaciones, conformista y egoísta.
Las máximas aspiraciones de este tipo de individuos se centran en la consecución de artículos suntuarios para lucirlos junto a su mujer y sus vástagos. Hay que analizar qué tipo de humanos poblarán la Tierra en los próximos lustros. Cuál será su visión de sus contemporáneos que no pertenezcan a su mundo ¿será acaso más indolente y perverso que los que existieron en los albores del primer milenio de la era Cristiana?

                Vivimos en un periodo de trastornos económicos y sociales veloces y sin precedentes, bajo los efectos del crecimiento y de la redistribución. Lo que servía de guía a la historia desaparece a grandes velocidades y fuera de cualquier previsión para la protección del bienestar físico y mental de los ciudadanos.

                Los valores políticos o filosóficos están ahora por debajo de los valores económicos, la economía es el valor central del mundo contemporáneo.
                Todos los entretenimientos de que disfruta el humano contemporáneo con capacidad adquisitiva, son el motor de las industrias de todo tipo que mueven la economía.

                La obsesión por la adquisición y el consumo, es el  dispositivo que dispara los aparatos productivos, y la expansión ilimitada de la producción y del consumo se convierten en una especie de nueva religión a la que hay que pertenecer al costo que sea. No hay espacios emocionales para compartir colectivamente, las palabras democracia y libertad ya no despiertan las pasiones de antaño.

Hay una pregunta muy a propósito que le hace a Cornelius Castoriadis, en la entrevista que me sustenta,  Edgar Morin y dice, a la letra:
“¿El problema que está al orden del día no es ante todo la extensión de la democracia al resto del mundo, con las dificultades enormes que ello implica?”
Castoriadis responde:
“¿Pero es que ello podría hacerse sin cuestionamientos fundamentales?
“Consideremos en primer lugar precisamente la cuestión económica. Se ha comprado la prosperidad desde 1945 (y ya antes, por cierto) al precio de una destrucción irreversible del medio ambiente. La famosa “economía” moderna es en realidad un fantástico despilfarro de un capital acumulado por la biosfera en el curso de tres mil millones de años, despilfarro que se acelera exponencialmente todos los días. Si se quiere extender al resto del planeta (sus cuatro quintas partes, desde el punto de vista de la población) al régimen de oligarquía liberal, habría que proveerle también del nivel económico, si no de Francia, digamos Portugal.
“¿Usted comprende la pesadilla ecológica que esto significa, la destrucción de recursos no renovables, la multiplicación por cinco o por diez de las emisiones anuales de contaminantes, la aceleración del recalentamiento del planeta?
“En realidad vamos hacia un estado semejante, y el totalitarismo que nos amenaza no es el que surgiría de una revolución, es el de un gobierno (tal vez mundial) que, después de una catástrofe ecológica diría: ya se han divertido bastante, la fiesta ha terminado, aquí están sus dos litros de gasolina y sus diez litros de aire puro para el mes de diciembre, y los que protesten ponen en peligro la supervivencia de la humanidad y son sus enemigos públicos”.

Como vemos, es una panorámica apocalíptica que está demasiado cerca, los efectos ya los estamos viviendo, el efecto invernadero nos está dificultando la existencia en todos los terrenos: hay inundaciones, sequías, tormentas de nieve, huracanes, ciclones, terremotos, todos fuera de temporada y en lugares no habituales.

El crecimiento económico, que ha sido el anhelo de todas las civilizaciones es la máscara que oculta la magnitud de un problema que podría extinguir la vida en el planeta Tierra.

Tendremos que participar en todas las actividades que se programen en nuestras localidades referentes a economía y desarrollo, pero hacerlo con una visión futurista y altruista, sintiendo que, de una y otra forma todos estamos obligados a preservar la vida en el planeta, sin menoscabar los estándares e ideales de coexistencia.



BIBLIOGRAFÍA
Le Monde Morcelé, de la sierie Les carrefours du laberynthe III, 1990, París, Ed. du Seuil. Traudcción de Nilda Ibarguren. Publicado en Estudios No. 24




 

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