LA
MÁSCARA DE
LA ECONOMÍA (Ensayo)
Por Silvia Betancourt Alliegro
Las
instituciones políticas contemporáneas tienen como propósito alejar a los
ciudadanos de los asuntos públicos, y persuadirlos de que son incapaces de
ocuparse de ellos.
Los
regímenes que se dicen democráticos son en realidad lo que cualquier filósofo
político denominaría ‘regímenes de oligarquía’, en los que una mínima capa de
la sociedad domina y gobierna, elegida, y casi siempre ratificada en el
siguiente periodo que va de cada cuatro
o siete años. En los casos en que la corrupción es evidente, se reemplaza por
otra familia de la misma oligarquía. De esto proviene que entre los movimientos
de izquierda o de derecha no existan oposiciones reales, sólo son una mascarada
para subyugar al electorado que los conserva en sus posiciones privilegiadas.
Con
el discurso de que los ciudadanos son libres y autónomos, les someten a todos
los procesos sociales y económicos, así sean poco convenientes para satisfacer
sus necesidades materiales, promulgando leyes que les confieran pasaporte para
su infamia, para perpetuarse en el poder. Al pueblo lo engañan sus
‘representantes’ ante el gobierno, elegidos por él una y otra vez.
Es
claro que los movimientos sociales actuales proceden de mucho tiempo atrás, no
aparecieron de la noche a la mañana, fueron resultados de procesos
revolucionarios, encabezados por la Revolución francesa, que fue la primera que
planteó con claridad la idea de una institución que representara a todos los individuos.
Le precedieron otras, que no fueron revoluciones sino motines, revueltas de
esclavos, guerras campesinas, todo muy esporádico, sin el piso y la pugna de la
sociedad misma.
La
revolución inglesa y la de América del norte; fueron sustentadas, no sobre la
voluntad de los hombres, sino adheridas a lo religioso. Los ‘Padres’ de hoy
recibieron de ese pasado un estado social que aún les maneja el pensamiento y
la economía, y están tan amarrados, que lo consideran apropiado y se nota que
no piensan cambiarle nada.
Claro
que los países anteriormente citados, no descubrieron que “toda institución
inventada por la sociedad es auto- institución”, fueron los antiguos griegos.
Esto es claro. Desde (508-506) con la revolución de Clístenes, que se
caracterizó por un radicalismo audaz con respecto a la articulación
sociopolítica heredada.
En el caso de los países
actuales bajo el régimen democrático, acontece (aún) tal como en Grecia por esos remotos años, que
nunca se cuestiona verdaderamente la propiedad, como tampoco el estatuto de las
mujeres, para no hablar de la esclavitud contemporánea que es un negocio
lucrativo y perverso.
La democracia antigua (y la de
hoy) aspira a realizar, y realiza, el autogobierno efectivo de la comunidad de
varones adultos libres (ahora las mujeres también participan); mas el sistema
impide cambiar las estructuras
económicas y sociales recibidas.
Lo que Marx llamó la base
socioeconómica de la democracia antigua, la comunidad de pequeños productores
independientes, resulta ser el punto de partida para la realidad capitalista de
la América
del Norte, en la época de Jefferson, y le sirvió de poyo a su visión política.
La cuestión social es una
cuestión política que debería irradiar hacia una sana economía para todos los
ciudadanos; Aristóteles hace la pregunta ¿la democracia es compatible con la
coexistencia de una extrema riqueza y de una extrema pobreza? Traduzcamos
a términos modernos: ¿el poder económico
no es, ipso facto, también poder político?
La ‘revolución’ americana no
abolió los privilegios de la nobleza, pues los que comandan los cargos públicos
de altura y decisivos para la toma de decisiones en lo económico son sus
descendientes; la función de la
Iglesia en la sociedad con sus propiedades sobre los bienes y
las mentes de los fieles prevaleció hasta que los concordatos fueron abolidos
de algunas Constituciones Políticas. Quedan rezagos de los estragos mentales
que ejecutó.
Entonces, la revolución
americana no puede tomarse como ejemplo a seguir, pues todo el aparato de los
Estados fue edificado sobre la base de la “igualdad” en el estado social de
derecho, que es sólo una ilusión colectiva.
Las discusiones en torno a las
consecuencias de la revolución francesa para las sociedades modernas se pueden
compendiar en una palabra, la Razón; que reconoce
la libertad, la autonomía. El filósofo y psicoanalista griego, Cornelius Castoriadis (1922- 1997) a
quien también se le conoce en otros términos: economista, politólogo y
enciclopedista en su espíritu, aseguró
que “En primer término, no se trata de fundar la libertad en la Razón, porque la Razón misma
presupone la libertad, la autonomía. La razón no es un dispositivo mecánico
o un sistema de verdades acabadas; es el movimiento de un pensamiento que no
admite otra autoridad que su propia actividad. Para acceder a la Razón, primero hay que
querer pensar libremente”.
Cornelius Castoriadis refuta a
Burke y le tilda de inconsistente cuando asegura que se siente obligado a
fundar en la razón el valor de la tradición.
Cornelius aseguró: “Esto es una
traición a la tradición: una verdadera tradición no se discute”. Además,
Burke cae en la ambigüedad, porque sostiene “que lo que es, es a la vez porque ha sido, y porque es “bueno” interiormente. Pero
luego, después de haber sido destruido, hay que construir”. Entonces Cornelius pregunta: ¿A partir de
qué?
Y continúa: “Es aquí cuando la
racionalidad del entendimiento, racionalidad mecánica, saca ventaja. Las
soluciones que a todos parecen “racionales” deberán ser impuestas a todos: se les forzará a ser racionales. El
principio de toda soberanía reside en la Nación, pero esta Nación es reemplazada por la Razón de sus
“representantes”, en nombre de la cual –la Nación- será atropellada, forzada, violada,
mutilada”.
La historia moderna está
configurada sobre el imaginario de la racionalidad absoluta y mecánica, y como
el poder se vuelve absoluto, las ‘representaciones’ se hacen autónomas, se
consolida un “aparato” burocrático que controla y multiplica las peticiones
oficiales. Entonces, se suprime toda mediación viviente: está de un lado la
entidad abstracta de la “Nación”, del otro los que la “representan” en
cualquier lugar, y bajo cualquier circunstancia. La “Nación” no tiene más
existencia política que la de sus “representantes” y sus ambiciones personales.
La historia está plagada de
“revoluciones” que han sido golpes de cuartel para apoderarse del Estado y
transformarlo de acuerdo a las ambiciones de los golpistas, no del colectivo de
la Nación; y
por ese concepto de Estado- Nación, que es un imaginario de la colectividad, se
manipulan las instituciones para que respondan ante el pueblo sediento de
revoluciones que jamás estarán a su favor.
Según el filósofo Castoriadis,
“se impone una fusión, una unión química entre la Revolución y la
historia. Las antiguas trascendencias son reemplazadas por la Historia con mayúscula. El
mito de la Historia
y de las Leyes, el mito de la revolución
como partera de la historia, se ponen a funcionar como como sustitutos
religiosos, en una mentalidad milenarista”.
Se cambia la Idea Revolucionaria
por la lógica del Estado, se construye una maquinaria humana para apoderarse
del Estado con todo el predominio del ideario capitalista: todo acontece una
vez y otra, como si no se supiera organizar de otro modo. Y lo que es más
extraño, es que ese ideario fue gestado por Lenin desde la revolución
comunista, le entregó al capitalismo las herramientas precisas para fabricar el
monstruo, que es mezcla de partido- ejército, de partido- Estado, y de partido-
fábrica. Lenin habla y actúa en torno a una división rigurosa de las tareas,
con argumentos de pura eficacia instrumental. Las revoluciones logradas con el
sacrificio de miles de vidas populares, se convierten tarde o temprano, en
manos de una casta política, en un nuevo aparato represor, tal vez más sólido
que el anterior abolido. La revolución duplica el totalitarismo que manipula
con eslóganes las débiles mentalidades colectivas. Las legalidades establecidas
anteriormente, son reemplazadas por otras, quizás más represivas.
Ahora, para hablar de negocios
tendremos que entender qué es el totalitarismo. Si bien algunos movimientos
totalitarios se han logrado por las revoluciones armadas o pacíficas, algo le
es común: exigen la expansión ilimitada del “dominio racional”, organización
capitalista de la producción de la fábrica: disciplina mecánicamente lograda.
El proceso de privatización está en marcha en casi todo el planeta, los
propietarios de industrias son los monarcas de este instante histórico; los
trabajadores siguen siendo los siervos de la gleba, que sobreviven con salarios
mínimos, sin prestaciones sociales en muchos casos, pues los contratos de
trabajo son a término definido, a veces sólo por dos meses.
Los
Estados ya no responden por los derechos de los ciudadanos, están vendiendo
todas sus fuentes de trabajo a consorcios extranjeros, o sociedades anónimas
nacionales.
Prácticamente ya no son
propietarios de sus territorios, porque hay que imaginar una Nación que no es
dueña de sus puertos aéreos, fluviales ni marítimos; tampoco de sus
ferrocarriles, ni de los servicios públicos,, ni de sus alimentos; tampoco
responde por la salud de sus ciudadanos pues los hospitales son privados. En el
caso de poseer yacimientos de petróleo, oro, carbón, cobre, gas natural, entre
otros, los da en concesión a capitalistas que nada tienen que ver con el
entorno natural y en su conservación , y muchos menos colaborarán en el
crecimiento económico de las poblaciones cercanas a los yacimientos.
El estilo de la dominación y de
la autoridad ha cambiado, el fenómeno de la privatización no puede ser tomado a
la ligera. El tipo de ciudadano antropológicamente equipado para vivir en un
territorio es desplazado de sus dominios naturales por las industrias que
contaminan muchas hectáreas a la redonda. Es reemplazado lentamente por otro
tipo de individuo que centra su existencia en el placer y en disfrute a costa
de lo que sea, apático ante los asuntos de la comunidad, cínico en su relación
con la política, aprobador de cualquier cambio sin estudiar sus implicaciones,
conformista y egoísta.
Las máximas aspiraciones de este
tipo de individuos se centran en la consecución de artículos suntuarios para
lucirlos junto a su mujer y sus vástagos. Hay que analizar qué tipo de humanos
poblarán la Tierra
en los próximos lustros. Cuál será su visión de sus contemporáneos que no
pertenezcan a su mundo ¿será acaso más indolente y perverso que los que
existieron en los albores del primer milenio de la era Cristiana?
Vivimos
en un periodo de trastornos económicos y sociales veloces y sin precedentes,
bajo los efectos del crecimiento y de la redistribución. Lo que servía de guía
a la historia desaparece a grandes velocidades y fuera de cualquier previsión
para la protección del bienestar físico y mental de los ciudadanos.
Los
valores políticos o filosóficos están ahora por debajo de los valores
económicos, la economía es el valor central del mundo contemporáneo.
Todos
los entretenimientos de que disfruta el humano contemporáneo con capacidad adquisitiva,
son el motor de las industrias de todo tipo que mueven la economía.
La
obsesión por la adquisición y el consumo, es el
dispositivo que dispara los aparatos productivos, y la expansión
ilimitada de la producción y del consumo se convierten en una especie de nueva
religión a la que hay que pertenecer al costo que sea. No hay espacios
emocionales para compartir colectivamente, las palabras democracia y libertad
ya no despiertan las pasiones de antaño.
Hay una pregunta muy a propósito
que le hace a Cornelius Castoriadis, en la entrevista que me sustenta, Edgar Morin y dice, a la letra:
“¿El problema que está al orden
del día no es ante todo la extensión de la democracia al resto del mundo, con
las dificultades enormes que ello implica?”
Castoriadis responde:
“¿Pero es que ello podría
hacerse sin cuestionamientos fundamentales?
“Consideremos en primer lugar
precisamente la cuestión económica. Se ha comprado la prosperidad desde 1945 (y
ya antes, por cierto) al precio de una destrucción irreversible del medio
ambiente. La famosa “economía” moderna es en realidad un fantástico despilfarro
de un capital acumulado por la biosfera en el curso de tres mil millones de
años, despilfarro que se acelera exponencialmente todos los días. Si se quiere
extender al resto del planeta (sus cuatro quintas partes, desde el punto de
vista de la población) al régimen de oligarquía liberal, habría que proveerle
también del nivel económico, si no de Francia, digamos Portugal.
“¿Usted comprende la pesadilla
ecológica que esto significa, la destrucción de recursos no renovables, la
multiplicación por cinco o por diez de las emisiones anuales de contaminantes,
la aceleración del recalentamiento del planeta?
“En realidad vamos hacia un
estado semejante, y el totalitarismo que nos amenaza no es el que surgiría de
una revolución, es el de un gobierno (tal vez mundial) que, después de una
catástrofe ecológica diría: ya se han divertido bastante, la fiesta ha
terminado, aquí están sus dos litros de gasolina y sus diez litros de aire puro
para el mes de diciembre, y los que protesten ponen en peligro la supervivencia
de la humanidad y son sus enemigos públicos”.
Como vemos, es una panorámica
apocalíptica que está demasiado cerca, los efectos ya los estamos viviendo, el
efecto invernadero nos está dificultando la existencia en todos los terrenos:
hay inundaciones, sequías, tormentas de nieve, huracanes, ciclones, terremotos,
todos fuera de temporada y en lugares no habituales.
El crecimiento económico, que ha
sido el anhelo de todas las civilizaciones es la máscara que oculta la magnitud
de un problema que podría extinguir la vida en el planeta Tierra.
Tendremos que participar en todas las actividades que
se programen en nuestras localidades referentes a economía y desarrollo, pero
hacerlo con una visión futurista y altruista, sintiendo que, de una y otra
forma todos estamos obligados a preservar la vida en el planeta, sin menoscabar
los estándares e ideales de coexistencia.
BIBLIOGRAFÍA
Le Monde Morcelé, de la sierie Les carrefours du
laberynthe III, 1990, París, Ed. du Seuil. Traudcción de Nilda Ibarguren.
Publicado en Estudios No. 24
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