sábado, 24 de agosto de 2013

¿QUÉ PASA CON LOS MUERTOS QUE NADIE RECLAMA? (Ensayo)



¿QUÉ PASA CON LOS MUERTOS QUE NADIE RECLAMA? (Ensayo)

Por Silvia Betancourt Alliegro

Ahora, en le plenitud de mis años dorados, me asomo a la perspectiva de que soy mortal por vez primera y plenamente.
Me acerqué de un solo tajo, en el descarnado ensayo de Alfredo Molano Bravo, titulado ‘¿QUÉ PASA CON LOS MUERTOS QUE NADIE RECLAMA?’
Todo transcurre en el Instituto de Medicina Legal en Bogotá, Colombia; donde la muerte violenta es soberana y por tanto los cuerpos sacrificados en aras de sobrevivir  cada día con su afán deben ser explorados para poder expedir el certificado de defunción que explica en qué órgano del cuerpo se  ensañó la bala o la puñalada que acabó con el rebusque del occiso; para entregar el cuerpo con el referido documento que hace posible  su sepelio en un cementerio privado donde le esquilman cada centavo a los deudos. Hay que aclarar que cuando no reclaman el cadáver – muchos no son reclamados por su famlia por imposibilidad económica- toma otros rumbos que si me queda algo de  arrestos detallaré más adelante.
“Los sacan de las bolsas, vienen con las manos envueltas en mitones. Lo reciben legalmente y a cada uno le asignan un número en una tarejta que cuelgan del dedo gordo y que lo acompañará aún dentro de la lápida si no es reclamado”.
“Detrás descubrí un afilador de cuchillos amarrado a una cadena, entré en pánico. Sentí que las piernas se me volvían de algodón, y así, abruptamente, oímos todos -y todos nos miramos- una sierra eléctrica aserrando el cráneo del que estraían unas balas”.
“Alguien preguntó, no sé a quién, si a un fulano “ya lo habían esculcado”, es decir, si ya, con permiso o no de los familiares, le habrían extraído las córneas, o un fémur con destino a uno de los bancos de órganos que existen. En mi angustia olvidé preguntar si los órganos sanos que son aptos de una segunda oportunidad los vendían o los regalaban”.

No puedo seguir leyendo, tomo el segundo ensayo que debo leer para apropiarme, su título no es más apaciguador: ‘EL TERROR DE LA MUERTE’.
Los primeros párrafos me sitúan en una atmósfera de  entretenimiento colectivo contemporáneo: El Gran Hermano, título tomado del libro George Orwell 1984, que no tiene nada en común con lo que nos transfiere el creador del ‘reality’ (tele realidad)  - en el que sitúan dentro de una casa a varias personas de ambos sexos para que compitan por un premio en dinero en efectivo, mucho dinero-;  que lleva a los televidentes a arrojar una mirada introspectiva sobre la forma de proceder el humano cuando, a pesar de ser visto por millones de personas, actúa con suprema vileza para lograr la meta anhelada. Tal cual como hacen los políticos ante la audiencia cuando desnudan sus aviesas intenciones bajo slogans que manipulan los anhelos de dicha del colectivo que escucha, calla y otorga, a sabiendas de que el ladino únicamente quiere ganar el premio mayor: las arcas del Estado.
Todas las confesiones, así estén solos en apariencia- las cámaras los captan durante las veinticuatro horas sin tregua- deben hacerlas en voz alta para que el televidente capte sus intenciones y sepa por dónde atacará al resto de concursantes.
“Lo que la ‘Tele realidad’ anuncia es la noción de suerte o fatalidad. Hasta donde usted sabe, la expulsión es un destino inevitable. Es como la muerte: puede tratar de mantenerla alejada durante un tiempo, pero nada de lo que intente podrá detenerla cuando finalmente le llega. Así son las cosas y no se pregunte por qué…”.
En otro párrafo nos obsequia este análisis: “Todos los cuentos morales actúan sembrando el miedo”. (…) “Los cuentos morales de nuestro tiempo son ensayos públicos de la muerte. Aldous Huxley se imaginó un Mundo Feliz en el que los niños eran ‘vacunados’ contra el miedo a la muerte invitándoles a sus golosinas favoritas mientras se les congregaba ante el lecho de muerte de sus mayores. Nuestros cuentos morales tratan de vacunarnos contra el miedo a la muerte banalizando la visión misma de la agonía. Son ensayos generales de la muerte disfrazados de exclusión social que llevamos a cabo con la esperanza de que antes de que la muerte llegue en su forma más descarnada nos hayamos habituado a su banalidad.
Lo referido anteriormente no aplaca mi temor mezclado con horror ante lo inexorablemente presente en la vida de los humanos que somos los que tenemos presente desde el nacimiento: la extinción del cuerpo. Y no me satisface lo que las religiones proclaman en cuanto a que hay vida eterna y todos los demás adornos.

Hay interrogantes que me asaltan y que tal vez, con el paso de los años iré resolviendo, o al menos mitigando en su más puro concepto, veamos lo que expresa  Zygmunt Bauman en ‘Miedo Líquido’:

“Para aquellos a quienes es vedada o negada la oportunidad de la inmortalidad individual (el derecho a la fama individual, guardado en la memoria de la posteridad) gente anónima, sin rostro, hombres y mujeres ‘normales y corrientes’, la materia prima con la que se construyen las estadísticas se ofrece otra variante de la inmortalidad: la inmortalidad por delegación o por renuncia a la individualidad; se ofrece en forma de premio de consolación a las innumerables personas que tienen pocas esperanzas de lograr algo significativo para tener lugar en la memoria de la humanidad. La inmortalidad impersonal compensa la impotencia personal, la existencia anónima obtiene así una opción (igualmente anónima) de eternidad. Lo que dejará esa huella de eternidad será la forma en que mueran: haciendo de su muerte una ofrenda a una causa (imperecedera, de ser posible): Convertirse en ‘mártir de la patria’ por muerte en combate.

Para finalizar por hoy, me adentraré en el estudio de los fenómenos sociales para explicar (me) la mortalidad, de esta manera pasaré los meses o años que me quedan por vivir, empezaré por dejar constancia aquí de lo que escribió Sigmund Freud (que estudió sin pensar si sería o no inmortal):

“Tenemos la costumbre de enfatizar la causalidad fortuita de la muerte (accidente, enfermedad, infección, edad avanzada); con ello, sacamos a relucir el empeño que tenemos en reducir la muerte a una necesidad de casualidad”.  Añade Bauman: “Dicha ‘reducción’ (o por emplear una novedad lingüística posfreudiana y un tanto más precisa, la “deconstrucción” de la muerte en sintonía con el espíritu de la modernidad (nótese que Freud escribió las palabras citadas en el momento en que el espíritu moderno estaba en el cenit de su vigor, porque aún desconocía sus propias limitaciones). Era, sin duda, un gesto característicamente moderno éste de cortar en trozos el desafío de la existencia hasta conformar un cúmulo agregado de problemas que había que resolver uno tras otro (…)” . Por ello, me dedicaré a estudiar a trechos, para darle un sentido a mi vida mientras la tenga.

Silvia Betancourt Alliegro

 

BIBLIOGRAFÍA

Molano, Bravo, Alfredo ¿Qué pasa con los muertos que nadie reclama?

1 comentario:

  1. Lastimosamente hemos crecido en una sociedad que nos prepara a medias para la vida y nos la hace vivir como si la muerte no fuera a presentarse. Solo vivimos pensando en lo tangible: los logros, las aspiraciones, las metas, competir, vencer, tener, poseer mucho, pero nunca recordamos algo tan elemental como la lección de aquella primera clase de biología: "Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren". Este elemental enunciado, grabado en mi mente desde la infancia me ha ayudado a mirar la vida y a afrontar la muerte de mis seres queridos y esperar la mía con una visión diferente y muy humana.
    @luisfo1951 en Twitter

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