Desde mi cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro
LLEGÓ EL DIABLO
“Y yo he de
decir que detrás de la cruz está el diablo” Miguel de Cervantes, Capítulo XXXIII de El Quijote.
Antes de que llegaran los españoles
éramos artistas y sencillos científicos, que sabíamos tratar los elementos, y
las aguas blancas y las servidas cada cual tenían su rumbo trazado en obras de
ingeniería sin tanto gasto y parapeto; mientras que en Europa la población era
diezmada por las más feroces plagas, a causa de, precisamente, las aguas
servidas, que corrían por las calles y plazas, y era corriente ver vaciar las
bacinillas por las ventanas.
Es verdad, estábamos aislados del resto
de ese mundo en descomposición, pero integrados continentalmente, y la
autodeterminación era parte de la vida cotidiana. ¿Es mayor ahora nuestro grado
de libertad? Algunos dirán que sí, porque formamos parte de la “aldea global”.
En el viejo continente nacieron, de la
coexistencia de muchas formas de convivencia política, las primeras sociedades
de clase, dirigidas por estados despóticos. Y lo más extraño, aún subsiste la
monarquía de la mano con gobiernos demócratas, como en el caso de España, que
es el que nos concierne; porque a un dictador se le dio por reinstaurar a los
Borbones, y poder tener figurines que mostrar en las páginas rosas de la prensa
mundial… no podían ser menos que los ingleses.
Por acá tenemos problemas entre
primitivos, a los que se les denomina insurgentes, narcotraficantes y
terroristas; casi todos mezclados con españoles de los de ese entonces, y si no
lo quiere asumir, investigue el origen de sus apellidos.
Viene a Cartagena (cuyas aguas son
servidas y cobradas por los españoles)
el presidente Aznar, a reinaugurar una casa que construyeron sus antepasados;
pero sólo lo hace ahora, cuando está a punto de expirar su turno en la silla
del generalísimo Franco, pero deja bien claro que la restauración les ha
costado, a ellos, cuarenta millones de
Euros; se le olvida hacer la respectiva conversión entre el oro que nos
saquearon y los novísimos pesos de su agonizante continente. Sin duda algo
oculta, algún negocio soterrado, para ejercer un oficio lucrativo desde su
retiro.
Y será mejor que no se atreva a opinar
de orden público, porque allá la cosa es más grave, pues por acá no se nos ha
ocurrido abjurar de nuestra nacionalidad, así sea vilipendiada y humillada en
casi todos los países del planeta. Porque somos conscientes de que de ese
sincretismo del que estamos consecuentes y orgullosos, surgió una poderosa raza
de intrépidos e inteligentes humanos todos cobijados bajo una misma
nacionalidad: colombianos, a mucho honor, y a pesar de las injusticias, que son
legado de una jurisprudencia adoptada de los europeos.
@yastao
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