sábado, 24 de agosto de 2013

LO QUE DEJASTE: Tu epistolario, Adriana (Novela)



Valledupar, junio 7 de l987



Querida Maruja:

Atendiendo a tu requerimiento, tengo el desagrado de hablarte de mi parto, es algo que quisiera refundir para siempre en el escaparate de las cosas olvidadas, pero a lo mejor con esta terapia narrativa me curo de los rencores.

Llegó el día, es lunes al amanecer, siento que me hice agua en la cama, trato de ver si es sangre, pero no debo encender el foco, el dueño de la casa se podría molestar, así que salgo despacio del pequeño cuarto de bloques destapados, donde todos los grillos gritones del mundo se depositan y debo esculcar todos los orificios, todos, y son miles, hasta encontrar al infame que grita sin piedad para mis oídos (aún no había descubierto que tapándolos con algodón se evapora el espantoso ruido de esos bichos), el piso lo había lavado en la noche, así que el cemento sin pulir era más grato al tacto de los pies. 

Me quité las pantaletas y era agua, así que había reventado fuente, me dio un dolor agudo en el bajo vientre, pensé que eran ganas de evacuar el estómago, así que fui, al sentarme  se me agudizó, sentí algo de temor, me di cuenta de que era la hora esperada durante demasiados tristes días, fui al cuarto y le dije al futuro padre que había reventado fuente y que había tenido una contracción, no se movió un centímetro, regresé a la pequeña sala, di paseos cortos, lentos.

Fue el momento más solo de mi existencia, he tenido muchos, pero en ninguno sentí tal soledad, era como si todas las almas de mis seres ausentes muertos años atrás se hubieran retirado de mi lado para dejarme perfectamente sola en medio de la noche y esperando el próximo dolor, llegó preciso, empecé a anotar sobre un sobre usado, y con lápiz, la hora en que se presentaba, fui la cocina.

La cocina... que pobreza mísera, tenía un poco de manzanilla, preparé una bebida con bastante azúcar, me la bebí de un tajo y volvió el dolor, ahora estaba segura de que debía afrontar el parto perfectamente sola, no tendría a mi lado una mano amorosa que se me tendiera, no tendría una mirada de consideración, no tendría quien me ayudara para nada.

Habían pasado cuatro horas repletas de dolor y entendí que  las contracciones estaban demasiado próximas entre sí, desperté al hombre y le dije que me llevara a la clínica, que de pronto llegaría el bebé estando en la casa, se vistió sin bañarse y salió a conseguir un taxi.

Llegué al fin, me examinaron y me dejaron sola en un gran cuarto donde había muchas camas desocupadas y sin sábanas, alcancé a ver una mujer morena, casi negra, pletórica en su levantadora  transparente, se lamentaba más que yo, pero no tenía el abdomen pronunciado, se reía de mí con los ojos y los labios cada vez que me agarraba fuertemente de las barandas de la cama para no gritar de dolor, me decía que me veía horrible así.

Pasadas más o menos dos horas le dije que se quedara callada, que no había hecho más que molestar con sus gritos y gemidos y que no se veía que fuera a parir, en efecto, sus dolencias eran otras y trataba de llamar la atención de los médicos. 

Yo  quería salir de esa habitación a como diera lugar para no soportar más sus estupideces, hablaba por teléfono con alguien y le decía con pelos y señales el tipo de levantadora que quería, era, según la describía, propia para una luna de miel.

Decidí quedarme por el resto del proceso de dilatación agarrada al toallero, en el baño, de pie, con tal de no oírla ni verla, y por espacio de otras dos horas, a todas éstas no había visto al padre de la criatura más, me había dejado ahí sola, me entraron a la sala de partos, me revisó una médica y le ordenó a una enfermera que me depilara el pubis, lo hizo como quien le quita las plumas a una gallina, temía que me cortara, pero no, era una verdadera experta, una sensación de frío en esa parte llegó con la salida del pelo.

Hasta aquí está bien por hoy, no deseo cansarte, más adelante, algún día te relataré la otra parte, además me es tenebroso rememorar esos momentos, para algunas mujeres esos recuerdos son gratos y bellos.

Querida hermana - amiga, quiero que me escribas,  me cuentes de tus cosas, casi siempre estás pendiente de escucharme, pero nada, nunca me cuentas de ti, realmente tu actitud se me está haciendo sospechosa.

Un saludo especial para Einar, Nancy, Cilia, Eladio y don Pablo, especialmente a él, su biblioteca siempre despertará mi más sana envidia.


Abrazos,

Adriana


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