Desde mi cocina
Por Silvia
Betancourt Alliegro
LA CIVILIZACIÓN NUCLEAR
La literatura
es el recurso inagotable para narrar a los lectores del futuro los
acontecimientos cotidianos embozados como leyendas y tradiciones con sus ritos
inexpugnables. Tenemos un concepto literario de lo religioso y filosófico de
las tradiciones. Es posible que sean recopilaciones de lo diario vivido
registradas por personas que manejaban un alfabeto.
En la Biblia, por ejemplo, en el
génesis, el Creador prohibe la ciencia, y esa idea –mandato pudo hacer reír a
los científicos del siglo pasado; ahora sabemos que han bastado dos bombas,
arrojadas por los Estados Unidos de América sobre Hiroshima y Nagasaki para
matar a trescientos mil personas, y que conste que esas bombas ahora son
anticuadas; y aún así, un proyectil de cobalto de quinientas toneladas, podría
eliminar cualquier rastro de vida en la mayor parte del planeta sobre el cual
flotamos en el universo.
Sabemos que
como individuos somos mortales, pero nos resistimos a pensar que las
civilizaciones también, queremos creer que la tecnología que nos asiste en la
actualidad para casi todo, es indestructible, porque la usamos y entronizamos
para cualquier actividad contemporánea; pero, precisamente esas técnicas pueden provocar la desaparición total de
nuestra civilización nuclear.
Es que todas
las centrales de energía, todas las armas, todas las emisoras y todos los
receptores de telecomunicaciones, todos
los aparatos eléctricos, en resumen: todos los instrumentos tecnológicos, se
fundan en el mismo principio de producción de energía. Una reacción en cadena
puede hacer estallar todos los instrumentos que nos hacen la vida cómoda y
rápida, y cuando digo todos, asumo que estallarían también los de bolsillo. En
tal caso, desaparecería todo el potencial material de que disponemos como
civilización, únicamente quedarían las cosas que no darían testimonio de que
una vez existimos como cultura. Sólo se salvarían los humanos apartados de los
grandes conglomerados urbanos, los que no requieren de la tecnología para
sobrevivir.
Entonces, los
recuerdos escritos a mano, con plumas de ave y tinturas extraídas de plantas,
serán los que se implantarán en los habitantes del futuro; hablarán de una gran
catástrofe (tipo diluvio) y los relatos serán de tipo legendario, mítico, en
los que posiblemente se destacará el de la expulsión del paraíso terrenal, y el
sentimiento recóndito de que hay grandes peligros y grandes secretos en la
materia que deben permanecer ocultos.
Todo volvería a
empezar, y el génesis sería relatado como en el Apocalipsis: “La Luna se volvió como la sangre
y los cielos se cerraron como un rollo de pergamino”.
Entonces, los
aborígenes de cualquier latitud, construirán sus viviendas con reproducciones
en madera de las actuales antenas repetidoras, en el cenit de sus
viviendas, porque, explicarán a sus descendientes, con ello se logra una
comunicación directa con el cosmos. Y la
cosmología explicará cada acto de sus vidas. Y si pasados los milenios llegasen
a encontrar un teléfono celular con su respectivo manual, le construirían un templo para rendirle culto.
Perdone usted
el discurso, pero es que a los habitantes de Corea del Norte se les ocurrió
fabricar una bomba atómica, y menos mal que la primera prueba la efectuaron
bajo su propio piso, así que al menos saben cómo y por qué se producen los
sismos; porque los ‘rosados’ franceses no pidieron permiso a los habitantes de
los mares del sur para llevar a cabo las suyas, y me atrevo a pensar que el
“fenómeno del niño” (calentamiento del Océano Pacífico) se debe a las
insolentes pruebas nucleares de los adalides de los derechos humanos; hasta hoy
no se ha pronunciado oficialmente el gobierno francés sobre la repetición de
sus actos por parte de los ‘amarillos’.
Silvia Betancourt Alliegro
@yastao
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