miércoles, 21 de agosto de 2013

LA CIVILIZACIÓN NUCLEAR

Desde mi cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro

LA CIVILIZACIÓN NUCLEAR

La literatura es el recurso inagotable para narrar a los lectores del futuro los acontecimientos cotidianos embozados como leyendas y tradiciones con sus ritos inexpugnables. Tenemos un concepto literario de lo religioso y filosófico de las tradiciones. Es posible que sean recopilaciones de lo diario vivido registradas por personas que manejaban un alfabeto.

En la Biblia, por ejemplo, en el génesis, el Creador prohibe la ciencia, y esa idea –mandato pudo hacer reír a los científicos del siglo pasado; ahora sabemos que han bastado dos bombas, arrojadas por los Estados Unidos de América sobre Hiroshima y Nagasaki para matar a trescientos mil personas, y que conste que esas bombas ahora son anticuadas; y aún así, un proyectil de cobalto de quinientas toneladas, podría eliminar cualquier rastro de vida en la mayor parte del planeta sobre el cual flotamos en el universo.

Sabemos que como individuos somos mortales, pero nos resistimos a pensar que las civilizaciones también, queremos creer que la tecnología que nos asiste en la actualidad para casi todo, es indestructible, porque la usamos y entronizamos para cualquier actividad contemporánea; pero, precisamente esas técnicas  pueden provocar la desaparición total de nuestra civilización nuclear.

Es que todas las centrales de energía, todas las armas, todas las emisoras y todos los receptores de telecomunicaciones,  todos los aparatos eléctricos, en resumen: todos los instrumentos tecnológicos, se fundan en el mismo principio de producción de energía. Una reacción en cadena puede hacer estallar todos los instrumentos que nos hacen la vida cómoda y rápida, y cuando digo todos, asumo que estallarían también los de bolsillo. En tal caso, desaparecería todo el potencial material de que disponemos como civilización, únicamente quedarían las cosas que no darían testimonio de que una vez existimos como cultura. Sólo se salvarían los humanos apartados de los grandes conglomerados urbanos, los que no requieren de la tecnología para sobrevivir.

Entonces, los recuerdos escritos a mano, con plumas de ave y tinturas extraídas de plantas, serán los que se implantarán en los habitantes del futuro; hablarán de una gran catástrofe (tipo diluvio) y los relatos serán de tipo legendario, mítico, en los que posiblemente se destacará el de la expulsión del paraíso terrenal, y el sentimiento recóndito de que hay grandes peligros y grandes secretos en la materia que deben permanecer ocultos.

Todo volvería a empezar, y el génesis sería relatado como en el Apocalipsis: “La Luna se volvió como la sangre y los cielos se cerraron como un rollo de pergamino”.

Entonces, los aborígenes de cualquier latitud, construirán sus viviendas con reproducciones en madera  de las actuales  antenas repetidoras, en el cenit de sus viviendas, porque, explicarán a sus descendientes, con ello se logra una comunicación directa con el cosmos.  Y la cosmología explicará cada acto de sus vidas. Y si pasados los milenios llegasen a encontrar un teléfono celular con su respectivo manual, le construirían  un templo para rendirle culto.

Perdone usted el discurso, pero es que a los habitantes de Corea del Norte se les ocurrió fabricar una bomba atómica, y menos mal que la primera prueba la efectuaron bajo su propio piso, así que al menos saben cómo y por qué se producen los sismos; porque los ‘rosados’ franceses no pidieron permiso a los habitantes de los mares del sur para llevar a cabo las suyas, y me atrevo a pensar que el “fenómeno del niño” (calentamiento del Océano Pacífico) se debe a las insolentes pruebas nucleares de los adalides de los derechos humanos; hasta hoy no se ha pronunciado oficialmente el gobierno francés sobre la repetición de sus actos por parte de los ‘amarillos’.
Silvia Betancourt Alliegro 
@yastao

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